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sábado, 6 de marzo de 2010

Benedicto XVI: “La Iglesia, casa para los pobres”


Visita al albergue de Cáritas “Don Luigi di Liegro”

Especialmente conmovedor, el saludo que brindo al Papa la señora Giovanna Cataldo – “sin techo” recuperada a la vida por voluntarios de Caritas – ex profesora, se estremecía al asegurar al Obispo de Roma la emoción propia y de cuantos le encomendaron la tarea de expresar sus sentimientos más profundos y las esperanzas que depositan en sus manos paternales:

“Las palabras de este saludo no son mías, sino nuestras – dijo Giovanna Cataldo – en la bienvenida filial que le dirijo, Santo Padre, mi voz da voz a todos esos rostros y sobre todo a las almas que aquí, en el albergue, estuvieron por un momento o durante mucho tiempo. Guardo ya larga memoria de este lugar; con frecuencia pienso en todos los que han pasado por aquí en todos estos años; muchos ya no están con nosotros, pero no nos han dejado para siempre. Necesitamos creerlo con todas nuestras fuerzas. Estaba aquel que siempre se encontraba apartado y solo; el que pintaba cuadros y nos emocionaba; el que carecía de talentos, salvo el de entrar en nuestro corazón para no salir más.

Yo misma, cuando conocí el albergue, era distinta; mi historia me había cambiado y aquí volví a cambiar. Tanto como para recibir la confianza y la gracia de poderme dirigir a usted.
Desearíamos dar un sentido a este saludo nuestro – continúo -: nosotros Santidad, le pedimos que resista a las fatigas del mundo, que recuerde que si le pedimos que ore por nosotros es porque le garantizo que nosotros rezaremos por usted. Para que Dios le de la fuerza de permanecer sereno y fuerte y lleno de esperanza como lo estamos nosotros.

Aquí encuentra dolor; ciertamente; pero si en su camino de regreso pudiera llevarse una sola cosa, lleve con usted, le ruego, la esperanza

(L´OSSERVATORE Romano, 21 de febrero de 2010, ed. Española, Pág.7)

Discurso del Papa durante su visita al albergue “Don Luigi Di Liegro” de Cáritas, en Roma, antes del Rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro.

Queridos amigos,
he acogido con alegría la invitación a visitar este Albergue dedicado a “Don Luigi Di Liegro", primer Director de la Caritas diocesana de Roma, nacida hace más de treinta años. Agradezco de corazón al cardenal Vicario Agostino Vallini y al Administrador Delegado de Ferrovie dello Stato, el ingeniero Mauro Moretti, por las palabras que me han dirigido cortésmente. Con particular afecto expreso mi gratitud a todos vosotros, que acudís a este albergue, y que a través de la señora Giovanna Cataldo habéis querido dirigirme un caluroso saludo, acompañado por el precioso regalo del Crucifijo de Onna, signo luminoso de esperanza. Saludo a monseñor Giuseppe Merisi, Presidente de la Caritas Italiana, al obispo auxiliar monseñor Guerino Di Tora, y al director de la Caritas de Roma, monseñor Enrico Feroci. Estoy contento de saludar a las Autoridades presentes, en particular al Ministro de Infraestructuras y Transportes, honorable Altero Matteoli, a quien agradezco por sus palabras, al Alcalde de Roma, honorable Gianni Alemanno, a quien agradezco por la ayuda constante y concreta ofrecida por el Ayuntamiento de Roma a las actividades del Albergue. Saludo a los voluntarios y a todos los presentes. ¡Gracias por vuestra acogida!
Han transcurrido ya 23 años desde el día en que esta estructura, realizada con la colaboración de Ferrovie dello Stato, que generosamente puso a disposición los locales, y el apoyo del Ayuntamiento de Roma, comenzó a acoger a los primeros huéspedes. En el transcurso de los años, al ofrecimiento de un cobijo para quien no tenía donde dormir, se añadieron ulteriores servicios, como el poliambulatorio y el comedor social, y a los primeros donantes se unieron otros como el ENEL, la Fundación Roma, el ingeniero Agostini Maggini, la Fundación Telecom y el Ministerio de los Bienes Culturales – Arcis spa, en testimonio de la fuerza agregadora del amor. De esta forma el Albergue se ha convertido en un lugar donde, gracias al generoso servicio de tantos agentes y voluntarios, se realizan cada día las palabras de Jesús: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis” (Mt 25,35-36).
Queridos hermanos y amigos que aquí encontráis acogida, sabed que la Iglesia os ama profundamente y no os abandona, porque reconoce en el rostro de cada uno de vosotros el rostro de Cristo. Él quiso identificarse de forma totalmente particular con aquellos que se encuentran en la pobreza y en la indigencia. El testimonio de la caridad, que en este lugar encuentra especial concreción, pertenece a la misión de la Iglesia junto con el anuncio de la verdad del Evangelio. El hombre no tiene solo necesidad de ser nutrido materialmente o ayudado a superar los momentos de dificultad, sino también la necesidad de saber quién es y de conocer la verdad sobre sí mismo y sobre su dignidad. Como recordé en la encíclica Caritas in veritate, "sin verdad la caridad se desliza en el sentimentalismo. El amor se convierte en una corteza vacía, que llenar arbitrariamente" (n. 3).
La Iglesia, con su servicio a favor de los pobres, está por tanto empeñada en anunciar a todos la verdad sobre el hombre, que es amado por Dios, creado a su imagen, redimido por Cristo y llamado a la comunión eterna con Él. Muchas personas han podido así redescubrir, y aún ahora redescubren, su propia dignidad, extraviada a veces por acontecimientos trágicos, y vuelven a encontrar la confianza en sí mismos y esperanza para el futuro. A través de los gestos, las miradas y las palabras de cuantos prestan su servicio aquí, numerosos hombres y mujeres tocan constatan que sus vidas están custodiadas por el Amor, que es Dios, y que gracias a él tienen un sentido y una importancia (cfr carta enc. Spe salvi, 35). Esta certeza profunda genera en el corazón del hombre una esperanza fuerte, sólida, luminosa, una esperanza que da el valor de proseguir en el camino de la vida a pesar de los fracasos, de las dificultades y las pruebas que la acompañan. Queridos hermanos y hermanas que trabajáis en este lugar, tened siempre ante vuestros ojos y en el corazón el ejemplo de Jesús, que por amor se hizo nuestro siervo y nos amó “hasta el extremo” (cfr Jn 13,1), hasta la Cruz. Sed, por tanto, gozosos testigos de la infinita caridad de Dios e, imitando el ejemplo del diácono san Lorenzo, considerad a estos amigos vuestros como uno de los tesoros más preciosos de vuestra vida.
Mi visita tiene lugar en el Año europeo de la lucha contra la pobreza y la exclusión social, proclamado por el Parlamento Europeo y por la Comisión Europea. Viniendo en este lugar como Obispo de Roma, Iglesia que desde los primeros tiempos del Cristianismo preside en la caridad (cfr S. Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos, 1,1), deseo animar no solo a los católicos, sino a cada hombre de buena voluntad, en particular a cuantos tienen responsabilidad en la administración pública y en las diversas instituciones, a empeñarse en la construcción de un futuro digno del hombre, redescubriendo en la caridad la fuerza propulsora para un auténtico desarrollo y para la realización de una sociedad más justa y fraterna (cfr Carta enc. Caritas in veritate, 1). La caridad, de hecho, “es el principio no sólo de las micro-relaciones: relaciones amistosas, familiares, de pequeño grupo, sino también en las macro-relaciones: relaciones sociales, económicas, políticas" (ibid., 2). Para promover una convivencia pacífica que ayude a los hombres a reconocerse miembros de la única familia humana es importante que las dimensiones del don y de la gratuidad sean redescubiertas como elementos constitutivos del vivir cotidiano y de las relaciones interpersonales. Todo estos se convierte día tras día en más urgente en un mundo en el cual, en cambio, parece prevalecer la lógica del provecho y de la búsqueda del propio interés.
El Albergue de Caritas constituye, para la Iglesia de Roma, una preciosa ocasión para educar en los valores del Evangelio. La experiencia de voluntariado que viven muchos aquí es, especialmente para los jóvenes, una auténtica escuela en la que se aprende a ser constructores de la civilización del amor, capaces de acoger al otro en su unicidad y diferencia. De esta forma el Albergue manifiesta concretamente que la comunidad cristiana, a través de sus propios organismos y sin menoscabar la Verdad que anuncia, colabora útilmente con las instituciones civiles para la promoción del bien común. Confío en que la fecunda sinergia aquí realizada se extienda también a otras realidades de nuestra Ciudad, en particular en las zonas donde más se advierten las consecuencias de la crisis económica y mayores son los riesgos de la exclusión social. En su servicio a las personas en dificultad, la Iglesia se mueve únicamente por el deseo de expresar su propia fe en ese Dios que es el defensor de los pobres y que ama cada hombre por lo que es y no por lo que posee o realiza. La Iglesia vive en la historia con la conciencia de que las angustias y las necesidades de los hombres, sobre todo de los pobres y de todos aquellos que sufren, son también las de los discípulos de Cristo (cfr Conc. Ecum. Vat. II, Gaudium et spes, 1) y por ello, en el respeto de las competencias propias del Estado, se ocupa de que a cada ser humano se le garantice lo que le corresponde.
Queridos hermanos y hermanas, para Roma el Albergue de la Caritas diocesana es un lugar donde el amor no es solo una palabra o un sentimiento, sino una realidad concreta, que permite hacer entrar la luz de Dios en la vida de los hombres y de toda la comunidad civil. Esta luz nos ayuda a mirar con confianza al mañana, seguros de que también en el futuro nuestra Ciudad permanecerá fiel al valor de la acogida, tan fuertemente enraizado en su historia y en el corazón de sus ciudadanos. Que la Virgen María, Salus populi romani, os acompañe siempre con su intercesión maternal y os ayude a cada uno de vosotros a hacer de este lugar una casa donde florezcan las mismas virtudes presentes en la santa casa de Nazaret. Con estos sentimientos, os imparto de corazón la Bendición Apostólica, extendiéndola a cuantos os son queridos y a todos aquellos que viven y se entregan con generosidad en este lugar.


  Al final de la visita, los huéspedes del albergue y los voluntarios de la Cáritas de Roma entregaron al Papa el crucifijo  de la iglesia de san Pedro de Onna, el pueblo más afectado por el terremoto en los Abruzos del pasado mes de abril.


El Papa lloró durante su visita a un albergue para pobres de Roma
Fuente: EFE
Benedicto XVI se emocionó al escuchar a uno de los internos de un centro de Cáritas, según un diario del Vaticano. Exhortó además a volver a descubrir las dimensiones de la donación y de la gratuidad
El papa Benedicto XVI lloró el domingo durante su visita a un albergue para pobres de la organización humanitaria católica Cáritas en Roma, desveló este lunes el diario del Vaticano L'Osservatore Romano.

"Las lágrimas de Benedicto XVI son el símbolo de su visita al albergue situado en la estación de ferrocarriles Términi, de Roma. Son lágrimas que salieron del corazón del Papa al escuchar las palabras con los que fue acogido por uno de los pobres", afirmó el vespertino de la Santa Sede comentando la visita.

Aunque las cámaras de televisión no recogieron ese momento, el diario vaticano señaló que el anciano Pontífice lloró emocionado ante las palabras que le dirigieron, de bienvenida, los pobres.

"Esas mujeres, hombres, niños y ancianos consolados en nombre de la caridad de Cristo pidieron al Obispo de Roma que resista ante las fatigas del mundo y le dijeron que rezan por él e imploran a Dios serenidad, fuerza y esperanza para Benedicto XVI", señaló el diario, que agregó que ante esas palabras "tan emotivas" el Pontífice lloró.

Durante su visita, Benedicto XVI exhortó a volver a descubrir las dimensiones de la donación y de la gratuidad en un mundo caracterizado por la "lógica del beneficio". 

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